Amanecí
triste el día de tu muerte, tía Chofi,
pero
esa tarde me fui al cine e hice el amor.
Yo
no sabia que a cien leguas de aquí estabas muerta
con
tus setenta años de virgen definitiva,
tendida
sobre un catre, estúpidamente muerta.
Hiciste
bien en morirte, tía Chofi,
porque
no hacías nada, porque nadie te hacía caso,
porque
desde que murió abuelita, a quien te consagraste,
ya
no tenías qué hacer y aleguas se miraba
que
querías moriste y te aguantabas.
¡Hiciste
bien!
Yo
no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos
porque
te quise a tu hora, en el lugar preciso,
y
harto sé lo que fuiste, tan corriente , tan simple,
pero
me he puesto a llorar como una niña porque te moriste.
¡Te
siento tan desamparada,
tan
sola, sin nadie que te ayude a pasar la esquina,
sin
quién te dé un pan!
Me
aflige pensar que estás bajo la tierra
tan
fría de Berriozábal,
sola,
sola, terriblemente sol,
como
para morirse llorando.
Ya
sé que es tonto eso, porque estás muerta,
que
más vale callar,
¿pero
qué quieres que haga
si
me conmueves más que el presentimiento de tu muerte?
Ah,
jorobada, tía Chofi,
me
gustaría que cantaras
o
que contaras el cuento de tus enamorados.
Los
campesinos que te enterraron sólo tenían
tragos
y cigarros
y
yo no tengo más.
Ha
dehaberse hecho el cielo ahora con tu muerte,
y
un Dios justo y benigno ha de haberte escogido.
Nunca
ha sido tan real eso en lo que creíste.
Tan
miserable fuiste que te pasaste dando tu vida
a
todos. Pedías para dar, desvalida.
Y
no tenías el gesto agrio de las solteronas
porque
tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos.
En
el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida
te
repetías incansablemente
y
eras la misma cosa siempre.
Fácil,
como las flores del campo
con
que las vecinas regaron tu ataúd,
nunca
as estado tan bien como en ese abandono de la muerte.
Sofía,
virgen, antigua, consagrada,
debieron
enterrarte de blanco
en
tus nupcias definitivas.
Tú
que no conociste caricia de hombre
y
que dejaste llegaran a tu rostros arrugas antes que besos,
tú,
casta, limpia, sellada,
debiste
llevar azahares tu último día.
Exijo
que los ángeles te tomen
y
te conduzcan ala morada de los limpios.
Sofía
virgen, vaso trasparente, cáliz,
que
la muerte recoja tu cabeza blandamente
y
que cierre tus ojos con cuidado de madre
mientras
entonas cantos interminables.
Vas
a ser olvidada de todos
como
los lirios del campo,
como
las estrellas solitarias;
pero
en las mañanas, en la respiración del buey,
en
el temblor de las plantas,
en
la mansedumbre de los arroyos,
en
la nostalgia de las ciudades,
serás
como la niebla intocable, hálito de Dios que despierta.
Sofía
virgen, desposada en un cementerio de provincia,
con
una cruz pequeña sobre tu tierra,
estás
bien allí, bajo los pájaros del monte,
y
bajo la yerba, que te hace una cortina para mirar al mundo.
JAIME
SABINES
RECOGIENDO
POEMAS
PROLOGO
DE CARLOS MONSIVÁIS